Aquella cena…

Cuando menos lo esperamos, Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ata al cinturón; luego echa agua en una palangana y se pone a lavarnos los pies a nosotros, sus discípulos, secándolos con la toalla.
Nadie se atrevía a hablar. Sólo algunos esclavos lavan los pies de sus señores… No podíamos comprender cómo Jesús, que era nuestro jefe, nuestro Señor, nos lavaba los pies a nosotros.
Todos nos dejamos lavar los pies, pero cuando se acercó a Pedro, éste le dijo:
– Jesús, no dejaré que me laves los pies jamás
Jesús le dijo:

– Pedro, esto que hago no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Pedro le dijo:
– Jesús, si es así, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.

Pero Jesús le dijo:
– Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio.

Cuando acabó de lavarnos los pies, Jesús se pido el manto y nos dijo:
– ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
¡Cuántas cosas nos enseñó Jesús en aquella cena! No las olvidaremos jamás.