En un pequeño pueblo de la India, bajo un cielo estrellado, vivía una niña llamada Anjali. Tenía ocho años y una curiosidad que no conocía límites. Su vida cambió el día que escuchó hablar de un hombre llamado Gandhi, un hombre que creía en la paz y en la lucha contra la injusticia sin levantar un solo puño.
Anjali recordaba las historias de su padre, quien le había enseñado a amar la libertad y a soñar con un mundo mejor. Aunque él ya no estaba, sus palabras vivían en su corazón. Y así, con el espíritu de su padre guiándola, Anjali decidió unirse a la marcha que cambiaría la historia de su país.
– Gandhi dice que podemos luchar sin violencia —le explicó a su madre con ojos brillantes de determinación.
Y así, con la bendición de su madre, Anjali se unió a la Marcha de la Sal. En el camino conoció a Raj, un joven que, al igual que ella, buscaba un cambio. Raj había perdido la esperanza, pero en Gandhi encontró un nuevo propósito.
Juntos, Anjali y Raj caminaron kilómetros y kilómetros, a través de campos dorados y ríos serenos. Escuchaban atentamente las palabras de Gandhi, aprendiendo sobre la resistencia pacífica y la importancia de la no violencia.
Un día, mientras descansaban bajo la sombra de un gran árbol, Anjali y Raj escucharon a unos oficiales británicos hablar de un plan para detener la marcha usando la fuerza.
– Debemos hacer algo, Raj— susurró Anjali, su corazón latiendo con fuerza.
Con valentía y astucia, idearon un plan para advertir a Gandhi sin provocar un conflicto. Esa noche, bajo un cielo lleno de estrellas, Anjali y Raj se deslizaron entre sombras y susurros, llevando su mensaje al líder de la marcha.
Gracias a su advertencia, Gandhi pudo evitar el enfrentamiento. La marcha continuó, más fuerte y unida que nunca. Anjali y Raj, con sus pequeñas manos entrelazadas, sintieron que habían contribuido a algo mucho más grande que ellos mismos.
Finalmente, llegaron a Dandi, donde Gandhi recogió un puñado de sal del mar, desafiando las leyes injustas. Anjali, con lágrimas de alegría y orgullo, sabía que había sido parte de un momento histórico.
La Marcha de la Sal no solo fue una protesta contra un impuesto, sino una lección de coraje, unión y la fuerza de la paz. Y para Anjali, fue el descubrimiento de que su propia voz era importante y la certeza de que incluso la más pequeña de las acciones puede provocar grandes cambios.
Y así, bajo el cálido sol de la India, Anjali volvió a su pueblo, no solo como una niña que había caminado cientos de kilómetros, sino como una portadora de esperanza y una mensajera de la paz.