Echar una mano

Las personas necesitamos una esperanza un razón para vivir, una auténtica razón que nos motive. :

Unos fuertes golpes en la puerta despertaron al padre Pierre. Un muchacho nervioso avisaba al sacerdote de que un joven había intentado suicidarse y yacía tendido en el suelo. Salieron corriendo hacia el lugar y se encontraron con un joven tendido en el suelo; estaba solo, sin familia, sin amigos. Hacía unos días que había salido de la cárcel.
Ante su petición de ayuda, el padre Pierre no le dijo “te echaré una mano”, sino todo lo contrario:
– No tengo tiempo para dedicarlo a ti. Trabajo todo el día y el tiempo que me queda lo dedico a atender a madres abandonadas, a niños enfermos, a gente sin techo. ¿Me quieres ayudar? Antes de poner fin a tu vida, ¿quieres echar una mano a toda esa gente que espera el consuelo de alguien?

Aquel joven reaccionó. Éste fue el inicio de las comunidades de Traperos de Emaús, grupos de personas que, muchos años después de este encuentro, siguen dedicando su tiempo a ayudar a los más necesitados.

La propuesta que hace el padre Pierre al joven, ¿te parece acertada o desacertada?

“A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Necesitamos tener esperanzas, más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, aquellas no bastan”

Benedicto XVI

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