El sucesor del rey

Érase una vez un Rey cristiano que vivía de forma comprometida su fe y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero debía cumplir dos requisitos: amar a Dios y a su prójimo.

En una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan largo viaje.

Su abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje.

Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre que pedía limosna. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba:
– “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme…”.
El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del pobre. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.

Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó:
– “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!”. El joven le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las provisiones.

Entonces, en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin de provisiones para el regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un gran y lujoso salón donde estaba el Rey. Cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey se sorprendió grandemente, no podía creer lo que veía y dijo:
– “¡Usted… usted… usted es el pobre que estaba a la vera del camino!”

En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula:
– “¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!”
El Rey, sonriendo, dijo:
– “Sí, yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”.

El joven dijo: “Pero… pero… ¡usted es el Rey! ¿Por qué hizo eso?

El Rey le contestó:
– “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas, si realmente amas a Dios y a tu prójimo. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón. Como pobre, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú heredaras mi reino!”

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