El Caballo

Había una vez un niño que se llamaba Israel. Le encantaban los animales.
Si pudiera, tendría una granja con todo tipo de animales para cuidarlos.
Los animales que más le gustaban eran los caballos.

Ese año, cuando terminó el colegio, sus padres le preguntaron que qué quería hacer durante el verano: si ir a un campamento o a dar clases de teatro.
Que dijera sus preferencias para poder elegir una gran actividad.
Israel no se lo pensó mucho porque lo tenía decidido: quería ir a un campamento en el que hubiera caballos.

Su familia estuvo de acuerdo y lo apuntaron al campamento.
A los pocos días, llenó su mochila con su ropa, se despidió de todos y subió al autobús que le llevaría al campamento de sus sueños.
Al llegar, le confiaron una tarea: tenía que cuidar de un potrillo durante todos los días que estuviera allí.

Israel, al principio se puso nervioso. Nunca había cuidado de un caballo.
Le gustaban muchísimo, pero nunca había tenido a su cargo a ninguno.
Pero tenía claro que, si el responsable le había mandado esa tarea, es porque estaba capacitado para realizarla.

Desde ese momento se dispuso a aprender todo lo que pudiera sobre el cuidado de los caballos, dejándose guiar por su monitor, sabiendo que estaba en buenas manos.
Muchas veces dudaba sobre si lo estaba haciendo bien o no, pero consultaba con su monitor y él le daba la confianza para que siguiera realizando su tarea.

Durante ese campamento no hubo un caballo que estuviera mejor cuidado, ya que Israel se esforzó en demostrar lo acertado que había estado el monitor en confiar en él.

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