El pequeño gusano de seda.
Qué te pasa, mamá? -Le preguntó el pequeño gusano de seda a su mamá, preocupado porque últimamente la veía más amarilla que de costumbre.
Nada, hijo. Estoy un poco cansada, eso es todo. -Respondió mamá gusano mientras seguía dando vueltas dentro de una bola de seda que la ocultaba cada vez más.
¿Pero… por qué haces esa casita si nunca hemos tenido una? -Volvió a preguntar el inquieto gusano.
Cuando era tan pequeña como tú vi a mi madre hacer una como ésta, y ahora creo que ha llegado mi hora. -Volvió a responder pacientemente mamá gusano.
¿Por qué es tan pequeña?, ¿podré estar yo contigo en la casita? -Dijo de nuevo el pequeño gusano que cada vez estaba más desconcertado.
Me temo que no, hijo mío. Algún día tú serás grande y podrás hacer la tuya. -Dijo mamá gusano a quien ya apenas si se le veía la cabeza.
Mamá, tengo miedo de no volver a verte. No quiero que sufras. Ni yo quiero sufrir. –Sollozó el pequeño gusano al tiempo que le daba un último beso a su mamá.
No te preocupes, confía en mí. Estoy agotada y necesito descansar un poco. Te prometo que volveremos a vernos, pero ahora debes seguir comiendo tus hojas para ponerte grande y fuerte. Confía en mí y volveremos a vernos más adelante. -Gritó mamá gusano mientras cerraba el último boquete con un poco más de seda.
Pasaron los días, y la casita de mamá gusano no se movía. No se oía ni un solo ruido. Ni siquiera mamá gusano roncaba como hacía cuando dormía profundamente. Tras tres días a la puerta de la casa, el pequeño gusano sintió hambre y decidió que ya no podía esperar más a su mamá. Debía obedecerla y comer todas las hojas que pudiera para ser grande y hacer su propia casita. Muchos días después recordó de nuevo las palabras de mamá y decidió ir a hacerle una visita. La casita tenía un boquete y mamá ya no estaba dentro. Arriba, en un árbol, había alguien parecido a mamá, pero mucho más bella y joven que ella. Tenía alas, antenas, y había recuperado la vitalidad que mamá había perdido en sus últimos días.
¡Mamá!, ¡Mamá!… Eres tú… Has vuelto… Estás viva… Creía que me habías dejado solo… Mira que grande me he puesto comiendo las hojas que me dijiste…– Comentó el pequeño gusano con lágrimas en los ojos.
Hijo, te dije que volveríamos a vernos… Ahora puedo hacer cosas que antes ni siquiera me atrevía a soñar… Ahora, antes de que me vaya a un país lejano, escucha mi último consejo: nunca tengas miedo, porque lo que nos pasa dentro de la casita es lo más maravilloso que te puedas imaginar… -Habló mamá gusano antes de alzar el vuelo y desaparecer en el horizonte.
Y el pequeño gusano, con una gran sonrisa en su cara, despidió a su madre con la esperanza de que un día él también haría su pequeña casita…