Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
“Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz;
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones,
y gloria de tu pueblo, Israel”. (Lc 2, 27)
El Evangelio de este domingo nos va a contar la historia de un anciano, Simeón, que supo esperar muchos años hasta que pudo conocer a Jesús.
Cuando le conoció, porque le tuvo en sus manos, se sintió la persona más feliz del mundo y daba gracias a Dios por haber vivido tanto tiempo y conocer a su Hijo Jesús.
Vemos el vídeo… y después tenemos un momento para dar gracias también nosotros por tantas personas que nos quieren y nos cuidan.
En primer lugar por nuestros padres, hermanos, amigos, compañeros, profes,…
También por las personas que nos ayudaron a conocer y a ser amigos de Jesús: catequistas, sacerdotes, Hermanos Menesianos, abuelos, profes de Reli,…
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