Hace poco que hemos comenzado el mes de mayo.
Hemos celebrado el día de la madre el domingo pasado.
Este mes, de forma especial, los cristianos recordamos a María, con la alegría de la primavera, de las flores.
Hoy lo hacemos con este cuento:
En una aldea de la montaña existe la costumbre de que, en primavera se hace una curiosa competición. Cada vecino trata de encontrar la primera flor de primavera. Quien la encuentra es el vencedor y tendrá suerte todo el año. Chicos y grandes, participan todos.
Un año, cuando la nieve empezaba a fundirse y pudo escalarse la montaña, todos salieron a buscar la primera flor. Durante horas y horas buscaron por arriba, por abajo y por las laderas del monte, pero no aparecía nada. Se disponían a irse cuando sonó un grito:
– ¡Aquí está! ¡La he encontrado yo! – Era la voz de un niño. Todos corrieron hacia él, que aplaudía y daba saltos de alegría ante la primera flor de primavera.
Pero la flor se había abierto entre rocas, a varios metros por debajo de un precipicio. El niño la señalaba con el brazo extendido, pero no podía alcanzarla. Tenía miedo a caerse. Deseaba aquella flor más que nada en el mundo y quería ganar la apuesta y su buena suerte, pero no podía alcanzarla.
Toda la gente se dispuso a ayudarle. Cinco hombres fueron con una cuerda para bajarlo, pero el niño tenía miedo al precipicio. Buscaron otra cuerda más resistente. La sujetarían diez hombres. Todos le animaban. El niño no se dejaba convencer y lloraba. De pronto dejó de llorar. Se secó las lágrimas con una mano. Todos guardaron silencio para ver lo que iba a hacer o a decir.
– Está bien. Bajaré – dijo más tranquilo – ¡Bajaré a condición de que sean mis padres quienes sujeten la cuerda!
Y así lo lograron.