Curioso era un angelito rechoncho que siempre quería saberlo todo. Preguntaba continuamente a Dios todo aquello que se le ocurría. Preguntaba incluso cuando todos dormían, él solo quería aprender y aprender lo máximo posible, para ir muy preparado a la tierra. Quería ser el mejor de todos y que Dios se sintiese orgulloso de él. Pero un día Dios quiso saber qué le impacientaba a Curioso. Fue entonces cuando Curioso confesó a Dios todo su miedo a no saber comportarse correctamente, a no encontrar su sitio y perderse en un mundo tan grande.
Dios, tiernamente cogió al angelito en su mano y le explicó:
– Cuando llegues a la tierra, nacerás de nuevo. Tendrás que aprender a hablar, a andar, a jugar. Tendrás frío en invierno y calor en verano, y a veces habrá cosas que no te gusten y te harán llorar. Todo lo que vives aquí, será distinto en la tierra, por eso todo lo que ahora sepas, no lo recordarás al nacer. Sin embargo, igual que aquí has aprendido de mí, en la tierra habrá quien te enseñe todo lo que necesites, quien te arropará cuando tengas frío, quien te calmará el llanto con abrazos, y quien te responderá cada pregunta que hagas aunque esté descansando.
Entonces Curioso, aún se entristeció más, y le preguntó a Dios: ¿Y siendo la Tierra tan grande, con tanta gente distinta, y yo tan pequeño, como voy a saber a quién preguntarle?
Y Dios, despacito, posándole sobre una nube de algodón, le dijo:
– Cuando llegue el momento, tan solo tendrás que mirar a sus ojos, te sentirás tan a gusto entre sus brazos, tan calentito… Que no tendrás ninguna duda. Y cuando calme tu llanto, y sientas la misma paz que tienes aquí arriba, sabrás sin duda, que esa será tu maestra, de quien aprenderás todo en la tierra y que no se separará de ti jamás. Además todos los angelitos, reconocen a su maestra desde el primer momento en que la ven, será la más guapa de todas, por mucha gente que haya, entre un millón de maestros, solamente habrá una persona capaz de hacer magia contigo como hago yo: ¡Tu mamá!.
Curioso, miró a Dios y sonrió, y por primera vez en mucho tiempo, se sentó a descansar y esperar el momento en que le tocase la suerte de conocer a esa persona tan importante que sería su mamá.
Para compartir:
¿Qué cosas buenas recibo de mi mamá?
ORACIÓN FINAL
Buenos días Padre Dios.
Gracias por mi mamá,
sin ella no estaría yo aquí.
Hoy quiero darte gracias por ella.
Sabes que la quiero un montón,
Sabes que ella me quiere mucho más…
Gracias también por María,
nuestra madre en el cielo,
la que Jesús nos dio para que nos acompañe siempre.